Diario de La Nación 23/7/1992

“Siempre en Jueves”



Por: José Ernesto Becerra Golindano


Elio Enrique Pérez Vivas nos ofreció hasta poco antes de su muerte una columna en este Diario: “Siempre en Jueves”. Asociaba ese compromiso semanal, siempre que comentábamos el tema publicado, con la amistad que le unía con el Editor agradeciendo el espacio que le daba para expresar su opinión; ahora que la misma generosidad hace posible que estas ideas se vean publicadas sentimos como una obligación recordar a Enrique.
Quiso a su País con intensidad y constancia, las metidas de pata, las estupideces, los errores que los llamados dirigentes cometían, no doblegaron el deseo de ver una Venezuela mejor, ala altura de los principales países del mundo.
Cuando todavía los logros del Gobierno de Pérez Jiménez eran tema tabú, no vacilaba en defenderlo con aquellas realizaciones como prueba de las capacidades que constituyen riqueza por explotar. Fue nacionalista inteligente y cabal, ni siquiera el exilio confundió esa claridad de sentimientos.
La alegría era parte de su carácter natural, su buen humor, su sonrisa franca y pronta. Muchas veces recordamos la broma que le jugo a su primo y compinche en tiempos de adolescencia y aventura en campos de Michelena. Ambos compartían el hobby de fabricar armas y balas que probaban en los potreros de la familia; Chepito, José Becerra Pérez, disparó y Enrique simuló ser alcanzado y muerto. Más tarde se burlaba del supuesto homicida que terminaba apresurado de recoger lo indispensable para su fuga a Colombia cuando se le presentó el muerto.
Mi padre el otro protagonista de este cuento, gozaba describiendo la frescura y vivacidad de carácter del pariente y amigo.
Buen hijo de Don Elio Pérez y Doña Celina, emparentado por tanto con mas de media Michelena de antes. Excelente hermano de Antonio Pérez Vivas, de quien se expresaba con tanto respeto que cuando se refería a la vida pública de éste lo llamaba “El Doctor Pérez Vivas”. Atentísimo hermano de Elina e Isabel, constantemente pendiente de ellas. Rendía culto a la familia, siendo los mejores testigos su esposa, Gladys, siempre a la altura y sus hijos María Isabel, Mauricio, William y Elio Enrique, de quienes se manifestaba orgulloso. Cada vez que algunos de sus amigos fallecía, sentía un gran disgusto, contrariedad. A veces especialmente cuando disfruto la lectura de un libro, me sorprendo planeando llamarlo para comentarlo y siento entonces esa contrariedad que él señalaba.
Hasta siempre Enrique.